Me pidió que me fuera. Lo hace siempre que se enoja cuando subo un poco el tono de voz. Pero no voy a hacerlo. ¿Adónde quiere que me vaya si no tengo otro lugar para vivir?
Todo lo que hago es por ella y por los chicos. No lo valora, porque es una hija única caprichosa. La malacostumbraron de chica dándole todos los gustos y ahora no sabe convivir.
Nunca le alcanza nada de lo que le doy. No veo tele, lavo los platos, la ropa, cuido a los chicos, ya ni juego al futbol, jamás me compro ropa.
Yo sé que ella me ama, sólo que no lo puede ver. Dice que está cansada, que la persigo todo el tiempo, que no le doy aire.
Pero soy su marido. La deseo y además, no soy descartable. Yo la elegí. Tiene que amarme porque yo la elegí para terminar la vida juntos.
Me dice que no es feliz. Que necesita distancia.
Se la voy a dar, pero en casa, peléandola desde adentro. Voy a cambiar, voy a hacer todo lo que quiere. Ellas es la reina y yo su siervo. No puedo irme como un perro abandonado.
No estoy preparado para vivir sin ella
…
Tengo un plasma en el dormitorio. Está colgado sobre el placard, me obliga a elevar el mentón cuando me recuesto en el somier, pero está muy bien. Nosotros no teníamos tele en la habitación matrimonial. Ella que cumplía las leyes del feng shui, decía que ni tele ni libros eran apropiados para el dormitorio porque alteran la intimidad en la pareja. Respetamos a rajatabla la primera parte del mandato. No tanto la última, y ya cerca del final los libros habían copado todo el lado izquierdo de la cama, se desplegaban desde la mesa de luz, hasta el piso e incluso las noches en que se negaba a hablarme porque estaba sumergida en su novela terminaba quedándose dormida con el libro entre las manos. Se despertaba si yo pretendía sacárselo así que allí quedaba, en medio de nosotros.
Me doy cuenta de que me gusta estar solo, tomando mi café con leche en la cama –otra de las prohibiciones familiares- apoyado en la pared azul que hace las veces de respaldo, mirando a Lanata. Domingo a la noche, Terry debe ser un caos. Qué se las arregle sola, dijo que sin mí se organizaba mejor con la casa y con los chicos, que yo era el factor distorsivo. Siempre le gustó hablar complicado.
Ahí está este boludo de Fariña otra vez diciendo que no dijo lo que dijo. Así y todo no puedo evitar admirar lo bien que la hizo este pendejo. Ahora cayó pero quién le quita lo bailado. Si hasta se morfó a la Jelinek, tremenda gatita.
Y yo acá con mi café con leche, orgulloso por inculcar a mis hijos que uno nunca se debe quedar con lo que no es suyo. Como la semana pasada que Joaquín fue a comprar un bolso para el club y al llegar a casa descubrió que en el paquete había dos en lugar de uno. Se lo hicimos devolver, mirá si al vendedor después lo obligaban a pagarlo de su sueldo. En eso siempre estuvimos de acuerdo con la Morocha. Por eso la admiro, es una mina con valores. La mejor madre que mis hijos podrían tener. Dice que no quiere ser mi madre, por eso me pidió que me fuera. Que es por unos meses para que podamos pensar. El alquiler del departamento lo paga ella. Conseguimos un dos ambientes amoblado, hasta tiene lavarropas.
Ya hace un mes que me fui de casa. Creía que no estaba preparado para vivir solo. Pero acá estoy. Tranquilo, en la cama. Suena el timbre. Andrea se acerca a la habitación:
-¿Dónde tenés las llaves? Llegaron las empanadas.
– Están colgadas al lado de la puerta de la cocina, pero dejá yo abro.
– No, relajate, bajo y subo enseguida, te tengo una sorpresa.
Andrea es una vieja amiga, le encantó el bulo y dice que por fin va a darse el gusto de dormir una noche entera conmigo.
No sé si estoy preparado.
–