Cómo escribir

calidad-de-vida-1867476w620Comparto mi nota  publicada en Revista Ohlalá!

Descubrí el poder sanador de la escritura

Con o sin intenciones literarias, hacerlo es una herramienta poderosa para sintonizar con tu propia verdad interior. Cómo empezar.

Por Daniela Chueke

Es asombroso cómo las palabras combinadas de cierta manera pueden ejercer el poder de emocionarnos, movilizarnos, enamorarnos, ponernos felices, hacernos cambiar. Una novela, un cuento, una poesía,

una canción, pueden llegar a tener efectos tan concretos como el abrazo de alguien a quien queremos mucho, un analgésico e incluso una sesión con tu analista. Es que la palabra, cuando resuena directo en nuestras fibras íntimas, es liberadora. Por eso leemos, siempre en busca de esa frase que nos muestre algo nuevo, nos haga sentir vivas, nos conduzca a descubrir el mundo.

¿POR QUÉ ESCRIBIR?

La mente nunca está quieta. Es un constante fluir de palabras silenciosas, diálogos internos, conversaciones imaginarias. En nuestra mente se alojan los recuerdos, nuestro yo, nuestros sucesivos yoes, que cambian a medida que crecemos. También allí internalizamos la percepción subjetiva de los yoes de los otros. Nuestro mundo íntimo está hecho de palabras. Y hay palabras que quedan por años instaladas en lo más profundo de nuestra mente, sin pronunciarse. Nadie las oye, nadie las lee ni las ve. Pero están ahí, latentes, y operan de alguna manera en nuestro presente. Amontonadas, escondidas en nuestro inconsciente o lo que sea ese lugar intangible en donde guardamos nuestras experiencias.

Pero algo empieza a cambiar cuando te ponés a escribirlas. La escritura difiere de la oralidad en su efecto reflexivo. Hay una distancia de tiempo un poco más larga entre lo que pensás y lo que decís. Por mínimo que sea ese momento, te permite medir las palabras, elegirlas, combinarlas, ordenarlas. En ese acto también se organiza tu pensamiento. El habla es más directa, más reactiva, no siempre estamos obligadas a pensar antes de hablar. Al escribir es distinto. Es inevitable que ocurra un momento -muy corto, tal vez, a veces imperceptible- de reflexión más intenso que el de hablar o escuchar a otro. Por esa particularidad, en principio, la escritura se convierte en una eficaz herramienta de autoconocimiento y sanación.

¿CÓMO SANA LA ESCRITURA?

Tené en cuenta que «emoción» no es lo mismo que «pensamiento». La emoción a veces es difícil de descifrar. Es cuando decís «no sé lo que me pasa». En ese caso es cuando la escritura te obliga a conectarte más profundamente con la emoción, te ayuda a reconocerla.

Desde hace 30 años, el profesor de Psicología de la Universidad de Texas James Pennebaker estudia el poder reconstructivo de la escritura en pacientes que atravesaron distintas situaciones traumáticas. En una de sus investigaciones, pidió a un grupo de estudiantes universitarios que escribieran sobre sus vivencias personales más dolorosas. Descubrió que aquellas que se habían mantenido en secreto tenían mayor potencial de enfermar. Entonces, los conductores del estudio invitaron a las personas a su laboratorio para que pusieran por escrito esos secretos, en forma anónima. Con el tiempo y nuevas investigaciones, Pennebaker llegó a la conclusión de que la escritura expresiva provoca efectos positivos sobre la salud física: fortalece el sistema inmunológico, mejora la calidad del sueño, contribuye a controlar la presión arterial y a desistir del abuso de alcohol y fármacos. Esto que se consigue con la escritura no se logra, según los estudios de Pennebaker, cuando las personas se la pasan hablando de sus problemas. Verificó que en los grupos de mujeres que cursaban tratamientos de quimioterapias y que eran inducidas a hablar repetidamente de cómo se sentían se verificaban más pacientes deprimidas que entre aquellas que habían sido motivadas a la escritura. Quizás esto pueda explicar por qué no siempre sentís que hablar te hace bien.

Por eso, James Pennebaker recomienda a quienes atraviesan una situación dolorosa o complicada que se tomen quince minutos diarios, durante cuatro o cinco días, para sentarse a escribir. Si al cabo de ese lapso no están mejor, deberían buscar otra alternativa. Aunque, en general, funciona.

También Julia Cameron, autora de El camino del artista, un curso para desbloquear la creatividad, propone escribir todos los días. Su fórmula consiste en llenar tres páginas al día, preferentemente por la mañana, antes de arrancar con tus actividades. De este modo, lográs llevar una vida más creativa, en cualquiera de los terrenos en que te movés. Desde tu entorno familiar hasta tu profesión, sea o no en el ámbito artístico. No importa que te dediques a la danza, a la pintura, al teatro, a la música, al diseño gráfico, a la venta o a la decoración. Escribir te ayuda a despejar tu mente para generar nuevas ideas. Así como usás tijeras para limpiar el jardín de malezas que puedan impedir a tus plantas crecer sanas y bellas, así usás tus páginas de la mañana. Escribís con libertad lo primero que se te ocurra para desmalezar tu cabeza y hacer lugar a que florezca tu espíritu creativo.

UNA HERRAMIENTA PARA SABER QUIÉN SOS

Si sos de aquellas a las que no les gusta conversar sobre sus problemas, o sentís que ya hablaste demasiado, entonces probá escribirlos. Esto lo saben bien las fanáticas del blog, el Twitter y los posteos en Facebook; cuando escribís, te pasa algo distinto. Una vez que lo sacaste de adentro, sentís que ya está. Te liberaste.

Si te fijás, todos tenemos historias que podrían ser objeto de una elaboración artística. Después de todo, la ficción siempre se nutre de historias de la vida real, de cosas que le pasan al autor, que las escuchó por ahí o de situaciones que es capaz de imaginar. Y casi no hay diferencia entre realidad e imaginación. Todo material de la vida es susceptible de ser volcado a la literatura. La vida no tiene forma ni sentido hasta que la contamos. Escribir es conquistar la libertad. Si no cuento mi vida, otros la contarán. Al escribir mi vida yo misma, me hago cargo de mi historia y mi destino.

La escritura expresiva y la escritura autobiográfica te ayudan a elaborar y ordenar internamente una experiencia dolorosa. Pero no suplantan una psicoterapia. Cuando ninguna de estas alternativas te libera del sufrimiento, entonces es necesario complementarla dentro de un entorno clínico.

Quien aborda la escritura como una herramienta para la consulta psicológica es Mónica Bruder, discípula de Pennebaker en el país y creadora del cuento terapéutico con final positivo.

Anclado en los desarrollos de la psicología positiva de Martin Seligman, la logoterapia de Victor Frankl y la resiliencia de Boris Cyrulnik, el cuento terapéutico es un modelo de narración que se implementa en el transcurso de un tratamiento que logra superar traumas o situaciones dolorosas. De esas que, como dice el tango «Naranjo en flor», «te detienen en el pasado». Tomar distancia con la historia, revivirla y darle una resolución con un final positivo es lo que te permite superar el dolor, no borrarlo, porque no somos robots, pero sí elaborarlo para seguir adelante.

CONSIGNAS PARA ARRANCAR

Sueños. Apenas te despertás, escribí lo que soñaste. Tratá de revivir cada detalle, describir tus emociones en el sueño, contar qué viste, quiénes estaban, qué te decían, qué hacías. Pero no te circunscribas a eso, es simplemente lo primero que vas a hacer, pero sentite libre para derivar hacia donde te den ganas. Podés aventurar una interpretación, sumar preguntas a la incógnita por su significado, descifrar su mensaje oculto y, si no te gustó, inventarle un final que te haga sentir mejor.

Imaginación. Escribí tu lista de deseos, utopías, eso que te parece imposible. Si querés, podés elegir uno y relatar cómo será cuando lo hayas alcanzado, describí ese mundo inventado lo más nítido que puedas, como si lo estuvieses viendo.

Memoria. Relatá un recuerdo de tu infancia o de tu pasado no inmediato. ¿Cómo eran el lugar, la temperatura, los olores, las texturas, las personas que te rodeaban, los colores? ¿Cómo te sentiste en ese momento? ¿Cómo te sentís ahora con respecto a esa historia? Si no es un buen recuerdo, ¿qué necesitarías que cambiara de ese momento para amigarte con él? Escribilo.

En automático. Apoyá el lápiz en el papel y escribí lo primero que te salga, incluso podés cerrar los ojos, inventar palabras, decir malas palabras, escribir en otro idioma; olvidate de la coherencia y dejá que fluya, como si alguien te estuviera dictando y vos fueras solo un instrumento para escribir. Más tarde, podés releerlo y retomar algo que te parezca interesante para escribir una historia o desecharlo porque ya cumplió su fin.

Miedos. Escribilos y, ¿por qué no?, dibujalos, dales entidad e imaginá cómo vas a derrotarlos. Podés tachar, burlarte de ellos, echarlos de tu vida, enfrentarlos; deciles que pueden irse, agradeceles sus advertencias y explicales cómo no vas a permitir que te detengan.

Diario íntimo. Contale todo lo que te pasa, lo que hiciste en el día, tus sentimientos, tus penas y alegrías, como a un amigo fiel, y ponelo bajo llave, obvio.

Expertos consultados: Dra. Mónica Bruder, doctora en Psicología, autora de Escritura y cuento terapéutico y Gonzalo Garcés escritor, columnista de «Ñ», autor de Diciembre y El Miedo, entre otras obras.

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