Mi bombachón es negro. No sé por qué mi mamá no me consigue uno azul si mis amigas del cole lo tienen. Igual el mío sirve; le voy a pegar con plasticola muchas estrellitas plateadas de papel glacé. También tengo que hacerme el top con uno de lurex negro y dorado; no es idéntico al de mi personaje favorito pero es lo único que pude encontrar que no tenga breteles. Hace un frunce en medio de las tetas que me obliga a simularlas con relleno de algodón. También necesito armar la imagen del águila dorada, voy a tener que usar alguna tela metalizada. Para hacer las muñequeras, uso el tubo del higiénico terminado y más hojas doradas. La tiara la fabrico con cartulina forrada con papel de regalo brillante y una estrella roja. Ah, y elástico, obvio, si no se va a caer.
Ella usa unas botas coloradas de taco aguja pero como yo no tengo botas me pongo mis sandalias con plataforma de Pitty y unas medias rojas largas hasta las rodillas. Con un hilo cola de rata que saco del cajón de costura armo el lazo de la verdad. Ahora sí el traje está listo. No tengo la capa pero no importa. Abro la puerta de mi placard y me miro en su espejo de cuerpo entero. Me quedó genial. Parada de perfil tuerzo la cabeza por encima de mi hombro en un intento imposible de ver mi espalda, mejor dicho mi cola y mis piernas. No soy tan culona ni tan alta pero de cara sí que me parezco mucho a la Mujer Maravilla. El pelo lo tengo idéntico, negro, largo y brillante, lo bato por mechones con un peine de cola, como aprendí de tanto mirar al peluquero, y así logro levantarlo redondito; lo fijo con bastante Roby para que el peinado no se me desarme al girar.
Esa es la parte del juego que más me gusta. Dar vueltas sin parar hasta marearme y caer al suelo. Sentir que al hacerlo consigo transportarme. La magia de esta superheroína, puedo decir, entonces que es mía. Porque como ella soy capaz de pasar, en un par de giros, de un mundo aburrido y previsible a otra dimensión en la que todo puede suceder. Sí, yo soy la Mujer Maravilla.
Tengo una misión: defender la verdad y la justicia. Hoy me toca detener a un tipo que se mete en las casas de las ancianas para robarles. Tengo el dato de que está por asaltar a Betty, una señora muy viejita que vive sola y pienso atraparlo infraganti, antes de que le haga daño, pero en el momento justo en que esté por cometer el delito. Voy a necesitar pruebas que lo condenen para entregarlo a la justicia.
Preparo el escenario del juego como si estuviese en la casa de Betty, una de mis muñecas hace de Betty y Ken interpretará al ladrón. ¡Ahí llega!, lo escucho abrir la puerta, la viejita duerme la siesta en su cuarto y yo estoy escondida detrás de un sillón. En silencio, con la elasticidad de un gato, se desliza rápidamente hacia el cuarto de la mujer, lo sigo. Es flaco, tiene unas vendas colgadas de su cuello como bufanda y un destornillador en la mano. Veo un cuchillo en el bolsillo trasero de su jean. Es joven, unos veinte años y no parece feo, casi que no tiene cara de criminal. Se lo ve más bien asustado, aunque se nota que no es novato. Va directamente donde está la caja fuerte, escondida detrás de un cuadro que levanta en perfecto silencio mientras Betty prosigue su sueño. ¿Se habrá tomado algo que no se despierta mientras este señor le ata las manos? No sé, pero mejor, si no se va a asustar mucho.
Ahora él vuelve a su faena, mueve la rosca de la caja fuerte pero evidentemente no logra descubrir la combinación, así que intenta con el destornillador. No pasa más de un minuto hasta que la pequeña puerta gris se abre y él mete sus manos, las saca con un paquete de dinero y un par de relojes antiguos que parecen de oro. Ahí es cuando la señora se despierta sobresaltada y lo ve.
Es hora de intervenir. Así que estiro mi cuerda, lo atrapo en la primera enlazada y lo traigo hacia mí. Lo obligo a devolver las cosas y lo ato bien para que permanezca quieto mientras libero a mi vecina. Uso su cuchillo para cortar las ataduras y por supuesto, se lo confisco. Le ofrezco a ella un té, le explico que todo está bien y le digo que antes de llamar a la policía quisiera escuchar a nuestro ladrón. Ella está de acuerdo, necesita tiempo para reponerse y quiere entender que estuvo pasando mientras dormía.
-¿Quién sos? ¿Por qué hacés esto?- le pregunto.
-Soy Juan y esto es mi trabajo.
-¿Quiere un té, joven?- le ofrece ella, sin manifestar rencor.
-Bueno, hace frío. ¿Y Usté quién es? Está muy buena.
-Gracias, pero no nos distraigamos.- respondo. Quiero saber qué es lo que hace querer lastimar a los demás.
-Pero si yo no lastimo a nadie, sólo me agarro algunas cosas.
-¿Cómo que no? ¿No ve cómo le dejó las marcas en las muñecas y los tobillos a la señora, además del susto que le hizo pegar? La podría haber matado. Además, esto de andar llevándose cosas que no son suyas se llama robar y es un delito.
-No lo había pensado así. Yo sólo necesito vivir y es lo único que sé hacer. Disculpe señora-ahora le hablaba a Betty- No quise asustarla, llame a la policía, me atraparon. Me ganó una mina. Qué van a decir de mí en el barrio, mi Dios.
Por alguna razón no llamamos a la policía. Era evidente que la historia de este muchacho nos importaba mucho más. Que se parece a mi nieto, que por qué no ha estudiado, que cuesta conseguir trabajo, que todos los días hay que llevar algo para comer, que las drogas, la mala vida, el frío, la gente que lo mira a uno con desprecio, con indiferencia. Lo difícil que es salir de esto, las malas compañías, la falta de fe en el futuro, la escasez de oportunidades, la sensación de no ser nada, de no valer. La nariz en la vidriera, desde chiquito, los juguetes usados, la ropa deshilachada, los pies descalzos y la droga otra vez para acallar el hambre. Los viejos de uno que la luchan, que se angustian, que se separan, que se pelean, que laburan de changas, que a veces, también afanan.
Juan nos habló con sinceridad, como liberándose de un peso en el alma y nosotras no nos animamos a interrumpir. Fue un momento único. Los tres terminamos abrazados.
Sé que cumplí mi misión porque este episodio terminó con un final feliz. Betty le contó a Juan el cuento de un hombre que robó un pan, estuvo un montón de años en cana y un día un cura al que él le había robado negó el hecho frente a los policías y le regaló aun más cosas valiosas a cambio de que se convirtiera en una persona honesta. La historia de Jean Valjean venía muy al caso, aunque no sé si Juan robaba para comer. No estaba claro. De todos modos, ella pensaba tomar el ejemplo de Monseigneur Bienvenu, el otro personaje clave en la obra de Hugo, y ofreció becarlo para el estudio. Dijo que él era una víctima de una sociedad injusta. Porque no está bien que unos tengan demasiado y otros tan poco. Como ella y como esa mujer maravilla de mi juego solitario hoy yo también quiero hacer lo que pueda para cambiarla.
Me presento nuevamente: soy Milena Miles, trabajadora social y cuando era chica en el colegio me hicieron leer Los Miserables.
Muy bien un pequeño cuento con un final feliz.
Un abrazo
Gracias Sergio. Visité tu blog y casualmente habías escrito una entrada sobre Victor Hugo.
Hemoso! Estoy enamorado de Milena Miles!