Aprendí que si las mujeres íbamos de a dos, abrazadas y con el mismo saquito puesto, un brazo cada una, como si se tratase de un solo cuerpo, podíamos cruzar cualquier zona peligrosa.


Fue esa vez, cuando nos habíamos perdido, con Amiga. Ella vestía un top muy escotado, blanco y que dejaba ver el pupo, con una falda también blanca de volados. Yo iba con un vestido de flores, mangas tres cuartos, largo, recatado y llevaba en las manos un saquito negro de algodón.

Caminamos hasta que llegamos a una villa, pregunté a una señora que barría su vereda cómo llegar a Constitución.

Nos dijo que derecho, atravesando la villa, que tuviésemos cuidado, los peligros habituales a los que se enfrenta una mujer en un lugar repleto de bandas callejeras, borrachos y «malvivientes», no era de noche, pero igual.

Que nos pusiéramos el saquito una manga cada una, aconsejó, y que caminásemos unidas entrecruzando nuestros brazos como abrazando a nuestro cuerpo.


Nos miramos, nos pareció ingenuo el consejo.

Deja un comentario